jueves, 14 de abril de 2016

Miedo a llorar: el dilema de los bebés y los aviones Por DR. PERRI KLASS 14 abril 2016

Primero que nada, nadie sube a un niño a un avión solamente por diversión. Lo he hecho y sé de lo que hablo. No me malinterpreten, tampoco soy la santa del avión. En muchas ocasiones, no me verán ofreciendo ayuda para cargar niños ajenos ni haciéndome amiga del niño detrás de mí. A nadie le digo que soy pediatra porque tengo miedo de escuchar una interminable lista de enfermedades. Sin embargo, ya me ha tocado llevar en avión a mis propios hijos, bebés y niños pequeños, y de verdad ya sé qué se siente. Los bebés tampoco lloran en los aviones solo por diversión. No lloran, en general, para que todos los otros pasajeros sepan que sus padres son descuidados y crueles. Lloran porque les duelen los oídos y los obligan a quedarse en la misma posición durante mucho tiempo, o porque el aire huele raro y los ruidos son muy fuertes, o sus estómagos están revueltos, o han tenido un día muy largo o simplemente están de malas. Igual que todos nosotros. Llorar es una estrategia para llamar la atención de un adulto; a lo largo de milenios, llorar ha evolucionado para que sea muy difícil de ignorar. “Recuerdo un viaje de avión en el que mi hija gritó todo el camino y trató de quitarse el cinturón todo el tiempo”, me contó mi amiga la Dra. Elizabeth Barnett, una profesora de pediatría en la Universidad de Boston y especialista en medicina para viajeros. “Como madre, sientes dos cosas: estás estresada porque tratas de calmar a tu hija sin conseguirlo, así que te sientes mal por ella, y también te sientes culpable porque sabes que tu hija molesta a todos los demás.” Muchos niños se portan increíblemente bien durante los vuelos. Muchos logran contenerse, aunque se desesperen de vez en cuando. Muchos padres están preparados con diversiones y distracciones, lo cual merece al menos una sonrisa o un elogio. Algunos de ustedes que aún están en la fase de “viajar con niños” probablemente ya conocen este consejo básico: amamantar o chupar algo durante el despegue puede ayudar con el dolor causado por los cambios de presión en los oídos. Sin embargo, es importante no alimentar demasiado a los bebés en un avión, señala el Dr. Karl Neumann, un especialista en medicina pediátrica de viajes y autor del sitio Kids Travel Doc, donde hace poco publicó un artículo más completo y actualizado sobre viajes aéreos. “A 30.000 pies, el aire en tu intestino aumenta 20 por ciento debido a la presión atmosférica, así que no deberías darle al niño más de lo que le darías en casa”, me aconsejó, o el niño terminará llorando (o haciendo algo peor) por el dolor de estómago. Así que haz tu mejor esfuerzo, y deja que la gente vea que estás haciendo todo lo que puedes. “Si tu hijo está llorando, empieza a hablarle a la gente que te rodea, explícales lo mal que te sientes, pregúntale a la azafata si hay otro asiento disponible”, sugirió el Dr. Neumann. “Antes de que se enojen contigo, discúlpate; estás haciendo todo lo que puedes, y es probable que se pongan de tu lado”. Los padres a veces se preguntan si podrían sedar a sus bebés, usualmente con antihistamínicos, pero los pediatras no lo recomiendan. En general, no es bueno darles medicinas adicionales a los pequeños. Los efectos pueden ser impredecibles y en algunos casos paradójicos: hay niños que se vuelven más activos por la medicina que se supone los va a adormilar. He descubierto un consejo importante: siempre que sea posible, dale el niño al padre. La gente le sonríe a hombres que cargan bebés ⎯incluso bebés llorando— en los aviones. Las azafatas les ofrecen ayuda. Me intrigaban las razones, hasta que leí esto uno de mis manuales favoritos sobre paternidad, “Miss Manners’ Guide to Rearing Perfect Children”: “Un padre que viaja con un bebé inconsolable es considerado un viudo dedicado al bienestar de sus pobre bebés… Una madre que viaja con un niño en llanto es considerada una persona descuidada cuyo marido la dejó por su falta de disciplina que resultó en el mal comportamiento de los niños”. Los aviones, nos guste o no, son espacios comunes, al menos para la mayoría de personas. Necesitamos ser comprensivos. No sabemos las historias de la gente que viaja con nosotros. Aquel padre exhausto puede estar en la mitad de un viaje transcontinental y trágico para estar al lado de algún familiar moribundo. Aquel padre que se atrevió a tomarse una pequeña siesta puede haber estado sin dormir tres noches seguidas por un dolor de dientes, un dolor de estómago o una quemadura de pañal. En general, la gente trata de hacer lo mejor posible.

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